Así es el origen del agresor en la violencia familiar

Así es el origen del agresor en la violencia familiar

Origen del agresor en la violencia familiar. La creciente incidencia de violencia familiar y feminicidios en Sinaloa obligan a la búsqueda de soluciones de raíz, partiendo del hecho de que el agresor violenta por decisión y no debido a cuestiones biológicas, advierte investigadora académica.

 

Origen del agresor en la violencia familiar

Mientras era amenazada de muerte por su novio, Kenya María llamó a su madre. A través del auricular ésta escuchó que Juan José decía que la mataría y cómo la joven suplicaba para que no le hiciera daño. 

Horas después, el cuerpo de la estudiante de odontología fue encontrado en un paraje de la sindicatura de Villa Juárez, Navolato.

El feminicida fue sentenciado a 40 años de prisión y el pago de 3 millones 107 mil pesos. Este es el primer caso en la entidad que alcanza la condena más cercana a la pena máxima, que es de 50 años por feminicidio.

 

¿Qué ocurre en la mente de un feminicida? ¿Se trata de una persona propensa a violentar de manera general, o sólo a las mujeres? ¿Esta persona violenta o asesina por alguna condición biológica? La investigadora académica Lydia Guadalupe Ojeda Esquerra explica que quien agrede o asesina, principalmente a mujeres, lo hace por decisión, con una plena conciencia de lo que hace y hasta una planificación del hecho. 

 

¿Los agresores nacen o se hacen?

La estudiosa del tema, adscrita al Centro de Políticas de Género para la Igualdad de Hombres y Mujeres, perteneciente a la UAS, habla acerca del origen de un agresor. 

 

Indica que la violencia es sistemática, permitida socialmente; está legalizada y hay toda una cuestión cultural que no sólo la acepta, sino que la refuerza.

 

“Se ha dado la ponderación de colocar en el centro de atención a la víctima, no al victimario. El victimario es el primero que pierde porque, desde la infancia, si analizamos cómo se construye el mandato de masculinidad hegemónica desde ese sistema patriarcal discriminatorio para las mujeres, que va desde la asignación de los colores, la asignación de los juguetes, la designación sexual de los juegos. Ocurre, no solamente en la familia, lo vemos en los medios de comunicación”, explica.

 

“A las mujeres se les orienta para resolver conflictos mediante la feminidad y el diálogo, mientras que, a los hombres, a resolver conflictos mediante el uso de la fuerza, la violencia, hablando fuerte desde la primera infancia”.

 

Un costo en la salud mental

“Este mandato de masculinidad coloca a los hombres en una situación de desventaja social, económica, humanitaria, estructural. Hay una represión de la esfera emocional. Desde la primera infancia vemos que el niño no llora, el niño pega, hace lo que quiere hacer; el niño no besa, no abraza, no demuestra la parte afectiva. Vemos que todo esto tiene un costo emocional, en la salud mental”.

 

La violencia por razones de género hacia las niñas, adolescentes y mujeres es entonces un mecanismo para los varones en esa forma de organización, señala la académica. 

 

“No se trata de una cuestión biológica, algo que se encuentre en los genes de los hombres y que por ello ejerzan violencia, eso hay que deconstruirlo completamente; es una decisión a partir de un mandato de la masculinidad donde el hombre demuestra, mediante el mecanismo de la violencia: su control, su poder, su soberanía ante el cuerpo y decisiones de las otras; pero ante ese ejercicio de violencia y aparente control, el que pierde también, en todos los sentidos, es el hombre”, expone.

 

El ciclo de la violencia consiste en que, yo ejerzo violencia porque culturalmente es la forma que tengo de resolver el conflicto: demostrando mi virilidad, mi hombría, porque es lo que se espera de mí; entonces reprimo a mi mamá, a mi hermana, a mi esposa, a todas las demás mujeres”.

 

 

Asesinan al perder el control de la pareja

Ojeda Esquerra señala que un alto porcentaje decide asesinar a su pareja al ver que pierden control sobre ella. Esto, según entrevistas realizadas a 15 feminicidas en la entidad.

 

“En estas entrevistas que me ha tocado realizar, he encontrado que, cuando ella ya no entra dentro del límite de lo que él exige que haga, él decide el asesinato como forma de expresión de la violencia instrumental. Es la salida que ellos encuentran en muchos casos, y después viene el suicidio”, advierte.

 

El ciclo de la violencia. ¿Qué pierde el agresor?

En época actual, con el movimiento feminista, uno de los posicionamientos políticos ha sido nombrar la violencia y al victimario, a través de tendederos del acoso, foros, denuncias públicas en redes sociales, la creación del Sistema Nacional de Deudores; todos tienen una carga simbólica para el agresor, que consiste en ser señalado y visibilizado, lo que impacta en sus relaciones interpersonales y a nivel social. 

 

Las consecuencias, indica Ojeda Esquerra, son individuales con costos sociales, familiares, humanos, legales y constitucionales. Esos, indica la experta, pueden ser consecuencias emocionales, donde los hombres que perpetúan la violencia pueden experimentar sentimientos de culpa. 

 

“En esas entrevistas a 15 feminicidas analizamos la historia de vida, costo social en lo individual, y el 90 por ciento de ellos estaba solo; es decir, se queda sin familia, la gente los abandona completamente: no tienen visitas, la gente no les habla, porque un alto porcentaje de los feminicidios ocurre delante de los hijos. Es inevitable no presenciar la violencia sistemática y estructural”.

El feminicidio no es el único hecho, sino que hay toda una secuencia. Vemos que esos costos pueden ser individuales, sociales, humanos, económicos, legales, laborales y hasta institucionales”. 

Sin políticas públicas para atacar el problema de raíz

Lydia Ojeda advierte que la política pública no ha mostrado interés de atender a los hombres. Señala que el Estado ha generado el recurso, infraestructura, acciones, medidas, protocolos para las víctimas de violencia, no para los victimarios, y las escasas atenciones carecen de evaluaciones de impacto, tampoco existen evaluaciones de efectividad porque no hay una política trasversal. 

 

“La Secretaría de Seguridad Pública y la de Salud son las facultadas para atender a los hombres agresores, sin embargo, como ciudadanía tenemos que ver qué evaluación hay, qué resultados han arrojado, y preguntarnos si esos hombres agresores están reincidiendo en la violencia, si están renunciando a ser victimarios, si siguen viviendo con su pareja, que fue víctima; o bien, si viven con una nueva pareja y también es victimario de esta nueva pareja. Hay muchas preguntas que nos tenemos que hacer en términos de las políticas públicas”.

 

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