Salud mental y violencia estructural

Salud mental y violencia estructural

La salud mental es un pilar fundamental para el bienestar de las y los individuos, así como de las comunidades. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud mental es “un estado de bienestar en el que la persona es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, trabajar de forma productiva y contribuir a su comunidad.” Sin embargo, este bienestar no puede entenderse de manera aislada; está profundamente influenciado por factores sociales, económicos y políticos que conforman lo que se conoce como violencia estructural.

 

¿Qué es la violencia estructural?

 

El concepto de violencia estructural fue introducido por el sociólogo Johan Galtung y se refiere a formas de opresión y exclusión que no son visibles como actos de violencia directa, pero que están incrustadas en las estructuras sociales y económicas. Estas incluyen desigualdades de acceso a recursos, educación, atención médica y oportunidades laborales, así como la discriminación por género, raza o clase. Esta forma de violencia, a diferencia de la violencia física, es indirecta pero igualmente devastadora, ya que perpetúa la pobreza, la marginación y la falta de oportunidades para grandes segmentos de la población.

 

 

 

Impacto de la violencia estructural en la salud mental

 

La violencia estructural ejerce una presión inmensa sobre la salud mental de las personas, especialmente aquellas en comunidades marginadas. Las condiciones de vida precarias, el desempleo, la falta de acceso a servicios básicos como salud y educación, y la exposición constante a la discriminación, tienen sin lugar a dudas efectos psicológicos:

 

  • Ansiedad y estrés crónico: las personas que viven en situaciones de precariedad económica y social suelen enfrentar una carga constante de incertidumbre y estrés. El temor a perder el empleo, no poder alimentar a la familia o no acceder a atención médica adecuada puede generar trastornos de ansiedad que, a su vez, afectan la capacidad de las personas para funcionar de manera efectiva en su vida diaria.

 

  • Depresión y desesperanza: las personas que experimentan este tipo de violencia tienden a sentirse atrapadas en un ciclo de pobreza y exclusión. Esta sensación de falta de control sobre sus propias vidas puede conducir a sentimientos profundos de desesperanza y depresión.

 

  • Autoestima y alienación: la discriminación estructural, como el racismo o el sexismo, no solo limita las oportunidades económicas, sino que también daña profundamente la autoestima y el sentido de pertenencia. Las personas marginadas a menudo internalizan las narrativas negativas que la sociedad impone sobre ellas, lo que afecta su bienestar emocional.

 

 

 

La intersección entre salud mental y violencia estructural

 

La relación entre salud mental y violencia estructural es bidireccional: mientras que las condiciones estructurales adversas empeoran la salud mental, los problemas de salud mental también limitan la capacidad de las personas para escapar de estas estructuras opresivas. Una persona con depresión severa, por ejemplo, puede tener dificultades para buscar empleo, completar su educación o mantener relaciones sociales saludables, lo que perpetúa su situación de marginalidad. Además, la falta de atención psicológica adecuada en las comunidades más afectadas hace que estos problemas se perpetúen y se amplifiquen de generación en generación.

 

 

 

La necesidad de un enfoque integral

 

Desde esta premisa, donde se aboga que la violencia estructural es una de las principales causas de los problemas de salud mental, es crucial abordar la salud mental desde un enfoque que vaya más allá de la atención médica tradicional. Esto implica implementar políticas públicas que reduzcan las desigualdades sociales y económicas, mejoren el acceso a los servicios básicos y promuevan la inclusión social.

 

Algunas propuestas que pueden ser factibles tienen que ver con la inversión en salud mental comunitaria, donde se invita a los gobiernos a  priorizar la creación de centros de salud mental accesibles en todas las comunidades, especialmente en aquellas que históricamente han sido desatendidas. Además, se deben integrar enfoques culturales y locales para que las intervenciones sean más efectivas y relevantes. 

 

Con una visión macro se deberían también construir políticas que reduzcan la desigualdad, es decir, no se puede mejorar la salud mental sin cambiar las estructuras que perpetúan la pobreza y la exclusión. Políticas que promuevan el acceso universal a la educación, el empleo digno, la vivienda adecuada y la atención médica son fundamentales. 

 

Nada de lo anterior tendría sentido si no se permea la participación activa de las personas que habitan la comunidad a través de prácticas como el empoderamiento comunitario: la participación de las comunidades en la toma de decisiones y en la creación de soluciones locales es esencial para romper el ciclo de violencia estructural. Esto permite que las personas recuperen un sentido de control sobre sus vidas, lo cual es clave para su bienestar mental.

 

En conclusión, la salud mental no es solo una cuestión individual, sino también social. La violencia estructural, en sus múltiples formas, es una causa significativa de los problemas de salud mental que afectan a millones de personas en todo el mundo. Solo mediante un enfoque integral que aborde tanto los factores individuales como los sistémicos podremos crear sociedades más justas y saludables, donde todas las personas tengan la oportunidad de vivir con dignidad y bienestar psicológico.

 


Lourdes García

 

Autora: Lourdes García |

Coordinadora Construyendo Paz

 


De interés para ti

Violencia visible y violencia invisible; conoce el Triángulo de la Violencia